Ahora que no hay distancia de seguridad.
Aprendimos a querernos de lejos, por supuesto. Como se
aprende en nuestra generación a querer. Como aprendemos a conocer a aquellos
que apreciamos y escuchamos y como nos mantenemos en contacto con todos
aquellos que se despiden para viajar o cuando somos nosotros mismos quienes nos
despedimos.
Quizá fue eso, realmente que somos de una generación que no vive sin las comunicaciones porque
hemos crecido observando cómo la electrónica avanzaba a nuestro alrededor al
mismo ritmo que nosotros crecíamos.
Al fin y al cabo, que me desvío del tema y acabamos hablando
de cómo llegamos a tener estos aparatos tan modernos en lugar de hablar del
tema principal, nos encontramos.
Por uno de estos aparatos tan modernos, eso sí, y le agradezco a la tecnología el haberte
traído tan cerca incluso estando lejos.
Y ahora no me creo que estemos tan cerca. Extraño, cuanto
menos, ¿verdad?
A veces me cuesta creer que llega el viernes y después de
una hora y pico medio dormida en un autobús que se recorre la mitad de la isla,
llego a verte.
A veces me pierdo en esas estaciones en las que no había
estado nunca, en tu isla del sur, en el lugar donde todo es diferente y los
nativos hablan en inglés, y todo suena a turismo.
Pero entonces te veo llegar, con esa sonrisa y las manos en
los bolsillos, susurrándome con la mirada “ven, bésame ahora”. Y lo hago, una y
mil veces, ese abrazo que nos da la bienvenida a nuestros fines de semana
perfectos que comienzan en ese mismo instante y acaban tres días más tarde en
la misma estación, con besos y abrazos totalmente diferentes. Esos que susurran
que nos echaremos de menos durante los cuatro días que faltan para volver a
vernos.
Quizá porque cuando estoy en mi casa todo me recuerda a que
no estás aquí y a que esas cuatro noches durmiendo sola me van a dar dolores de
cabeza y sueños extraños que me voy a dar la vuelta buscándote en la cama y
encontrándome con la pared contra los nudillos, quizá sea por eso por lo que
todo esto es necesario.
Porque es necesario que sepas que no hay día en que tu
sonrisa o tu tono de voz no me saque a mí una carcajada o un suspiro
completamente infantil.
No hay un momento en que tus ojos marrón caquita verdosa de
bebé me miren y yo no piense que son los más perfectos que podría encontrarme
en todo el universo.
No hay manera de que me quite de la cabeza las ganas de
rozar mis labios con los tuyos, aunque estás enferma y con una infección de
garganta que se me pueda pegar, yo seguiré dándote los besos que necesites.
Quizá hay un destino. Un por qué a todo esto. Quizá el haber pasado tanto tiempo separadas y
pasando celos e inseguridades, haber tenido tantas historias (y no hablo sólo
de amor) que nos han dejado hechas trizas, quizá y sólo quizá, la vida nos
quiera dar un regalo.
Y ya sabes que no soy especialmente detallista en este
sentido, que mi regalo más preciado son mis libros y que me cuesta la vida
desprenderme de ellos.
Pero creo que eres mi regalo en la vida después de tantas
despedidas y de un corazón al que le faltaba tan poco para dejar de latir que,
si no llega a patearlo aquella foto de tus manos y a darle cuerda para que no
parase su “tic-tac” melódico acelerado, habría llegado a pasar.
O quizá mis brazos seguirían llenos de marcas. O quizá nunca
hubiera aterrizado aquí. Pero ahora que te tengo, y te tengo en serio. Ahora
que me tienes, ahora que soy real y palpable, ahora que soy tan verdad como
cada una de mis maneras de decirte que lo eres todo.
Ahora, esto, aquí, este momento. Es sólo el principio.
El ahora es nuestro y nosotras somos nuestro mañana.
¿Quieres
ser mi cucharita?
No hay comentarios:
Publicar un comentario